La Fraternidad 1877

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Supremo consejo grado 33°
del Rito Escoces Antiguo y Aceptado
para la Republica Argentina.

Excélsior

Justicia y venganza

Todos sabemos que no es lo mismo el derecho positivo que la Justicia o – para decirlo de otro modo – no es lo mismo que una conducta o forma de actuar sea legal para considerarla Justa; y también sabemos que la Masonería considera a la Justicia como la primera de las virtudes. El Masón, para ser digno de ese nombre debe ser recto, equitativo y admirador de la justicia. También la encontramos representada a cada momento en nuestras herramientas. El compás, el nivel, la escuadra, la plomada nos hablan de la justicia y nos recuerdan que debemos ser justos y perfectos en nuestros trabajos, es decir en nuestras acciones y nuestra vida. Podemos también encontrarla en la columna J, junto a la otra columna B, que podría representar la Bondad. En definitiva, todo en el simbolismo masónico deriva en hacernos recordar el valor de la justicia, e incluso cuando se pierde un Maestro sabemos que lo encontraremos bajo la escuadra y el compás. Pero en esta columna quiero hablar de la Justicia de una forma general a partir de la especial situación que estamos viviendo, en donde el Poder Ejecutivo Nacional ha avanzado discrecionalmente y cercenado nuestros derechos mas elementales, sin que los mecanismos y los otros dos poderes republicanos que deberían garantizar un equilibrio adecuado de poder actúen en consecuencia; en donde en los últimos días se ha liberado masivamente a personas encarceladas con condenas firmes sin siquiera escuchar a sus víctimas como la ley ordena; en donde gran parte de la población no encuentra ninguna clase de recompensa al esfuerzo personal, a cumplir las normas, a estudiar o a trabajar, pues pareciera que en nuestro país se castiga al que muestra alguna señal de progreso material y como cara de la misma moneda se beneficia a quien realiza lo contrario, siempre con los recursos que el gobierno se ha apropiado de los primeros; se encarcela o se le confiscan bienes sin proceso previo a personas decentes que sin representar peligro alguno de contagio han salido de sus hogares; y un sinnúmero de otras prácticas nocivas que nuestra sociedad ha ido aceptando mansamente y asimilando como normales en poco tiempo, todo en miras a un noble fin y esgrimiendo el interés general; pero sin reparar en los medios.

Hemos sido y somos uno de los pocos países democráticos del mundo que ha dejado de lado el Estado de Derecho y olvidado los límites constitucionales al ejercicio del poder como uno de los medios para hacer frente a la pandemia que nos azota. Esto es un hecho, y no es intención hacer de ello una valoración política o ideológica; sino hacer un ejercicio reflexivo para comprender que el fin no justifica los medios, pues ello termina siendo una muestra de injusticia.

Nos asombramos a veces al leer o escuchar que frente a todo este cúmulo de situaciones muchos argentinos creen que la venganza es un remedio, E incluso justa. En momentos de odio, las personas tienden a creen que la justicia consiste en responder un mal con otro mal. Quizá no el mismo mal que la otra persona nos hizo, pero sí un mal. Pero lo propio de la justicia es el bien, no el mal. Lo propio de la venganza, en cambio, sí es el mal. Hay, pues, una diferencia abismal entre las dos. Pero la confusión no es un mero asunto filosófico o conceptual: si nuestra idea compartida de justicia está equivocada no podremos vivir bien nunca. El problema es de una gravedad tremenda.

Saciar la sed de venganza fue la base que inspiró a la ley del talión y al Código de Hamurabi que todos conocemos; y era la que regía para muchas sociedades hace casi tres mil años atrás cuando Salomón gobernaba a las unificadas tribus semitas; pero que pese a sus numerosos errores fue recordado por su magnanimidad y sentido de justicia. Este impulso mas primitivo o natural si se quiere estaba destinado a saciar la sed de venganza de la víctima, pero no traía paz, sino que engendraba mas violencia. Y todos sabemos que sin paz no hay progreso posible.

Veamos con más cuidado la diferencia entre la justicia y la venganza. Baste definir brevemente una y otra para que quede claro qué las separa. Empecemos por la justicia. Mucha gente cree que la justicia consiste en darle a cada uno lo que es suyo, parafraseando a Ulpiano. Evidentemente eso significa que la justicia tiene que ser proporcional: lo que le corresponde a cada quien depende de lo que esa persona haga y merezca. Hasta aquí la mayoría no encontraría muchos problemas y para algunos esa idea se equipara más con el concepto de equidad. Pero la justicia desde un punto de vista general o social no es una mera fórmula matemática: la justicia también consiste en darle lo mejor a cada quien. No hay otra opción lógica, pues la justicia es un bien y el bien supone dar lo mejor. ¿Qué otro propósito esencial podría tener la justicia aparte de hacerle un bien a todos los que la reciben? El problema está en definir qué es lo mejor para cada quien. Hay un bien general del que todos participamos: la plenitud proporcionada. Plenitud proporcionada podría significar contrariedad y diversidad, pero siempre en proporciones correctas. Por ejemplo, un hombre virtuoso une en sí mismo la modestia y la firmeza de carácter. Allí están la contrariedad y la diversidad bien proporcionadas. Un hombre malo, por el contrario, une en sí mismo cualidades desordenadas y fuera de proporción; que se puede traducir en una inteligencia considerable y al mismo tiempo una ausencia de empatía o de sentido moral. También puede consistir en que alguien posea una desmedida ambición que no está limitada por el bien del otro.

La justicia, pues, debe lograr que la comunidad política encuentre su plenitud, es decir, que los rasgos contrarios y diversos se encuentren en sus proporciones correctas. La comunidad política debe ser diversa porque cuenta necesariamente con individuos que son radicalmente diferentes los unos de los otros, pero debe encontrar una manera de reconciliarlos de modo que cada uno haga lo que es mejor para sí y para todos. En eso consiste vivir en paz, que es uno de los fines primordiales de la justicia institucionalizada.

Ahora bien, ¿Cómo conseguir aquella buena proporción si la comunidad está desproporcionada? Un gobernante malo destruiría a los malos ciudadanos; un gobernante menos malo les permitiría vivir, pero intentaría persuadirlos de que se vuelvan buenos. Y el gobernante virtuoso reconciliaría a todos los ciudadanos en lo bueno. Pero cada comunidad política, dependiendo de sus circunstancias, tiene maneras distintas de adaptarse a los principios generales aquí enunciados.

En efecto, todas las sociedades deben regirse bajo el principio de la plenitud y la proporción, pero cada una debe hacerlo de acuerdo a sus circunstancias históricas y culturales. Para que se me entienda mejor: creo que la plenitud humana se alcanza por medio de la libertad y la ley. Eso distingue al ser humano del animal. La plenitud del perro se alcanza por medio de una doble obediencia a su amo y al instinto. Dependiendo de su contexto y de su naturaleza cada ser ajusta al bien de manera distinta. Por eso, para comprender el bien de nuestra sociedad no bastan las abstracciones, sino que debemos entender las necesidades particulares de ella. Las necesidades de Argentina son distintas de las de Noruega, aunque ambas deban encontrar la plenitud y la proporción.

La justicia debe participar de la plenitud proporcionada puesto que la justicia necesariamente participa del bien. Una justicia auténtica da como resultado una sociedad diversa y con ideas contrarias, puesto que eso se ajusta a lo bueno, pero dicha diversidad siempre está bien proporcionada. Caben todas las ideas, excepto las ideas que destruyan la comunidad política misma. Por ejemplo, no caben ideas que justifiquen el asesinato o el maltrato de otros por su manera de pensar o por su manera de actuar. Pero la proporción también es un asunto económico: una sociedad totalmente desigual no es una sociedad que se ajuste al bien, puesto que está tan desequilibrada como el hombre malo. La desigualdad muy grande corrompe tanto al rico como al pobre, puesto que la plenitud buena (entendida como la contrariedad y la diversidad proporcionadas) se sustituye por la mala o desproporcionadas). Lo que debe haber en una sociedad buena es la igualdad geométrica: es decir, la igualdad que le da a cada quien según sus aportes y virtudes (en eso consiste el aspecto geométrico o equitativo), pero partiendo de unos mínimos básicos para todos (en eso consiste el aspecto igualitario). La venganza, por otra parte, funciona de acuerdo al principio de lo peor. Lo peor es desorden, es contrariedad y diversidad desproporcionada, es indiferencia frente a lo mejor, y esto es lo que me preocupa de nuestra sociedad.

Cuando nos queremos vengar de alguien le deseamos lo peor: es decir, deseamos que viva una vida desdichada de sufrimientos y desequilibrios. Pero la venganza no solo daña a quien la recibe sino también a quien la ejecuta: la persona vengativa invariablemente se acostumbra a la venganza y la ve con buenos ojos. Y eso es lo que ha pasado o pasa a determinados sectores de la sociedad Argentina: están tan cegados por el resentimiento o por el desprecio al que piensa diferente que sienten como legítima a la venganza.

El reto es muy grande, porque la justicia verdadera nos exige hacerle lo mejor a quien incluso nos ha hecho daño. La justicia implica nobleza de alma. Pero obviamente lo mejor no debe entenderse aquí en el sentido trivial de riquezas y privilegios. Ya sabemos que el bien es otra cosa. El bien que debemos perseguir activamente es el de hacer que las almas de nuestros victimarios dejen de funcionar de acuerdo a la contrariedad y la diversidad desproporcionadas.

Lo explicado aquí no es idealista de modo alguno: es que así funcionan las cosas en la realidad. Es claro que no basta querer una Argentina en paz si activamente no buscamos cambiar las normas de lo socialmente aceptado para llevarlas hacia lo mejor. Y para eso es preciso entender lo que significa el bien, lo que significa la justicia. Y es preciso entender también que con la venganza no vivimos bien. Necesitamos una vida más justa, más buena. ¿Para qué tenemos una sociedad donde casi todo el mundo vive mal? ¿Cuál es el propósito de eso?

Para reconciliarnos y vivir mejor no debemos hacer como si nada hubiese pasado, sino que debemos reconocer y aceptar nuestra historia sin beneficio de inventario para aprender de los errores y mejorar nuestras reglas sociales (sobre todo las no escritas) y coincidir en un proyecto de vida en común como sociedad edificado sobre el entendimiento de lo que consideramos justo o injusto. En vez hacerle el mal a nuestro vecino para equilibrar las cargas de lo malo, pongamos reglas para que el otro sea menos capaz de hacer el mal. En efecto, la plenitud y la proporción no solo se alcanzan por medio de la reforma moral de los individuos, sino por medio de las instituciones (las reglas de juego) que los individuos deben obedecer. Es más: la una es casi imposible sin la otra: una sociedad con malas instituciones difícilmente tendrá individuos virtuosos.

Aunque quizá debemos cambiar primero una de las normas no escritas más nocivas de nuestro país: que nada puede cambiar y estamos condenados a ser como somos.

El primero de mayo recordábamos que se conmemora un aniversario mas de la institucionalización de nuestro país con la sanción de la Constitución Nacional; en cuyo proceso participaron y hasta dieron su vida para que esto sea posible muchos miembros de la Masonería y no pocos Hermanos de nuestra Logia Washington de Concepción del Uruguay, quienes tuvieron un rol protagónico y definitorio; y es por eso que debemos preguntarnos si este era el país que ellos soñaban y que muchas generaciones de argentinos pudieron disfrutar y si no es hora de que volvamos a pensar de verdad el país que queremos, pues está claro que les estamos dejando a nuestros hijos un peor país del que nuestros padres nos dejaron a nosotros.