Se llama cardenillo a la reacción química producida por la acción del agua sobre una superficie de cobre o alguna de sus aleaciones: bronce o latón. Puede ser de color verdoso o azulado.
Jamás, en mi existencia, la luz proyectada sobre
mis retinas había estimulado de igual manera los bastones y conos;
ni el nervio óptico había transmitido un impulso eléctrico
similar que el cerebro interpretó como la imagen de la urna que
contiene las cenizas del querido hermano Alejo Peyret.
Otrora
brillante esfera de bronce apoyada sobre tres patas que son como columnas,
dividida por la mitad por una guarda adornada con Cruces de Malta, se
presenta en la actualidad, casi 120 años luego de su muerte física,
de color azul brillante. Similar al mejor de los lapislázulis de
las montañas del Hindukush. Equivalente a la coloración de
la capa de El Principito. Y si la imaginación queda libre de volar,
pareciera una representación del globo terráqueo.
En
su interior, una conservada bolsa de terciopelo color esmeralda brillante
contiene el compartimento metálico encargado de mantener para la
eternidad los restos de su cuerpo físico, transmutado por el fuego.
Tallado en el metal, se inscriben fecha y lugar de
alumbramiento: 11 de diciembre de 1826, Serres-Castet, Francia. Tan solo
unos pocos centímetros separan el día y sitio de su partida
al O. E., Buenos Aires, 27 de agosto de 1902.
Menos de dos
pulgadas contienen simbólicamente en esos grados de circunferencia
una trayectoria inigualable. Un legado formidable que hoy nos disponemos a
conmemorar. La Historia ha querido que el centésimo vigésimo
aniversario de su muerte coincida con el duocentésimo aniversario
de la fundación de nuestra Logia.
Un alma inmortal, cuyo
continente atómico se ha transformado y hoy descansa en el lugar
donde depositó sus esperanzas y sus mejores esfuerzos: San José,
Entre Ríos.
C. J.