Uruguay le llamaron los indígenas. Río de
los Pájaros tradujo el alma plena de poesía de los que, tras
ellos, habitaron sus costas selváticas. Y en medio del paisaje
agreste, a lo largo de su extenso curso, fueron surgiendo diversos núcleos
de vida humana. Susurros de agua y cantos de aves acunaron el sueño
de los primeros pobladores ...
En el sureste entrerriano, recostada
junto a uno de los riachos que vuelcan sus aguas en el inmenso río,
surgió, allá por 1783, la villa de Concepción del
Uruguay, fundada por don Tomás de Rocamora.
Producida la
Revolución de Mayo, fue una de las primeras en adherirse a la noble
causa. Corrieron los días de la epopeya. Gesta tras gesta
inscribieron su nombre en las páginas de nuestra historia. La lucha
contra el español, primero, y contra el portugués, después.
Más tarde, la defensa impar del federalismo como aspiración
suprema de los pueblos. Hijos de la tierra dando todo, esfuerzo y vida,
por el logro de afanes nobles. En el violento entrechocar de aquellas
horas bravas, Concepción del Uruguay había dicho su ¡Presente!
Sus hombres pelearon tenazmente en las luchas libertarias y trabajaron
intensamente en la paz siempre anhelada. Ellos se destacaron en el vasto
panorama de selvas y cuchillas, porque estaban ligados a la tierra
entrerriana por ese vínculo indestructible que une al hombre con la
tierra que puebla, trabaja y defiende.
En 1814, en uso de las
facultades extraordinarias que la Asamblea General Constituyente le
confiriera, el Director Supremo Gervasio de Posadas fijó a Concepción
del Uruguay como capital de la flamante provincia de Entre Ríos.
Poco tiempo después, uno de sus hijos dilectos, Francisco Ramírez,
se convirtió en Supremo de Entre Ríos. Más su sueño
fue efímero. La estrella que un día, desde el alto azul del
cielo uruguayense, iluminó sus años niños, se apagó
en los lejanos campos de Río Seco, trizadas para siempre su vida y
su quimera.
Pero la idea quedó viva, como prendida a la
bandera celeste y blanca que parecía sangrar por su veta diagonal.
Organización federalista era el reclamo de los pueblos, y fue otro
de sus hijos quien la recogió sin renunciamientos, para proyectarla
hacia los cuatro rumbos de la patria. Justo José de Urquiza ligó
a Concepción del Uruguay con su vida y con su gloria. Desde aquel día
de 1826 en que siendo diputado de la legislatura logró que se
sancionara la ley por la cual se la declaraba ciudad, hasta las horas
presentes, en que sus restos yacen cobijados en el hermoso templo que él
mismo hiciera levantar.
Fue en este escenario - de aldea y río
- que el Entrerriano decidió fundar su Colegio. Pero no pensé
sólo en los jóvenes uruguayenses. Un colegio mucho más
pequeño y modesto hubiera bastado. Su anhelo fue más lejos.
Su mirada escudriñó más allá de ríos y
cuchillas para abarcar la patria toda. Y el sueño de Urquiza se
hizo realidad. De casi todas las provincias, aun de las más
lejanas, y también de países hermanos, fueron llegando a
Concepción del Uruguay los jóvenes educandos. El Colegio y
la ciudad se poblaron con voces frescas y sueños esperanzados.
Cultura y libertad fueron principios que parecieron signar el destino
uruguayense al promediar el siglo XIX. Porque allí, muy cerca del
Colegio, en la plaza que lleva el nombre del Supremo, tuvo lugar el 1°
de mayo de 1851, el histórico pronunciamiento de Urquiza contra
Rosas. Los trascendentes acontecimientos que vendrán después
hunden sus raíces en ese hecho singular. Caseros, Constitución,
organización nacional, fueron las resultantes de aquel acto inicial
con el que se inauguró una nueva etapa en la historia institucional
del país.
Una vez más, en noviembre de 1852, el pueblo
de Concepción del Uruguay fue protagonista de hazañosa
ocurrencia. Porque sus hombres lucharon contra la invasión que, a
las órdenes de Madariaga, fue enviada desde Buenos Aires con el
propósito de alterar los planes de Urquiza y frustrar la reunión
del Congreso Constituyente que, por esos días, comenzaba a sesionar
en Santa Fe. Quedó así escrita una de las páginas más
gloriosas en la historia de Concepción del Uruguay. Su significado
trasciende los límites de lo meramente local para extenderse en la órbita
de los nacional, puesto que el triunfo del pueblo uruguayense permitió
la continuidad de la labor del Congreso Constituyente que, pocos meses
después, fructificaría en la Constitución de 1853.
En Enero de 1860, la Convención Provincial reunida en el
recinto del Colegio Histórico, sancionó la Constitución
entrerriana de ese año. Y por una de sus disposiciones, la ciudad
de Concepción del Uruguay fue reinstalada en su rango de capital de
la provincia, como lo fuera en 1814, cuando por decreto del Director
Supremo Gervasio de Posadas así se dispusiera.
Desde ese
momento y hasta 1883, Concepción del Uruguay fue capital de la
provincia de Entre Ríos, no sin que en el transcurrir de ese lapso
se hubiesen producido algunos episodios que alteraron su calma de ciudad
provinciana.
Los levantamientos jordanistas que conmovieron a la
provincia a partir de 1870, trajeron como consecuencia la acción
represiva del gobierno nacional y, nuevamente, la ciudad fundada por
Rocamora fue teatro de cruentas luchas.
En 1883, Concepción
del Uruguay, capital de Entre Ríos, se aprestó jubilosa para
celebrar el centenario de su fundación. Pero lo que tenía
que ser una feliz conmemoración debió dejar paso a la
amargura y la desazón. Un nuevo intento tendiente a lograr el
traslado de la capital a la ciudad de Paraná, dio sus frutos. El
pesar y la frustración mordió los corazones uruguayenses.
Vanos fueron todos los esfuerzos realizados en procura de evitar la
descapitalización, que al fin fue sancionada por la Convención
Constituyente en sesión del 1° de setiembre de 1883.
Muchos
fueron los perjuicios que la nueva situación reportó a
Concepción del Uruguay. El agostamiento de la ciudad
descapitalizada quemó horas que pudieron ser mejores. Pero allí
estaban sus hombres y sus mujeres. Con su esfuerzo de todos los días,
en fábricas y talleres, en escuelas y oficinas, la ciudad se fue
recuperando sin prisa pero sin pausas. Y, así, la villa humilde que
un día naciera a la vera del río azul, creció en años,
se cimentó en esfuerzos y se proyectó en sueños de
futuro ...
Por esta tierra ha pasado la historia, y mi propósito
ha sido reconstruirla en la medida de lo posible. Sin concesiones. Con sus
luces y con sus sombras. Con sus aciertos y sus errores. Convencido de que
la experiencia del pasado, que es de donde nos llegan los buenos y los
malos ejemplos, sólo puede ser provechosa si se la estudia con
honestidad.
He intentado abarcar, en una visión totalizadora,
los más diversos aspectos que hacen a la vida de una comunidad. Los
hechos políticos y militares, la vida social y religiosa, los
aspectos educativos y culturales, las actividades económicas y
financieras, han quedado registrados en las páginas que siguen. Y
junto con los acontecimientos cuya trascendencia los ha insertado en la
historia de la patria grande, desfilarán también los pequeños
hechos cotidianos en los que palpita el alma de sus habitantes.
Decenas
de biografías correspondientes a hijos y vecinos de Concepción
del Uruguay y algunos muy poco conocidos y otros casi ignorados, bosquejarán
la silueta de hombres y mujeres que en distintas épocas brindaron
su esfuerzo en favor de la comunidad en que estaban enraizados.
Asimismo,
he prestado particular atención a la fundación y desarrollo
de diversas instituciones culturales y de bien público, algunas de
las cuales continúan su valiosa acción en nuestros días,
en una trayectoria indeclinable ya más que centenaria.
Creo
que he podido cubrir los variados aspectos que hacen a la vida de la
ciudad entre los límites temporales fijados: 1783-1890. Pero podrá
advertirse que no son pocos los temas en que el material documental
obtenido en largos años de investigación, me ha permitido ir
bastante más allá de aquellos límites, alcanzando en
algunos casos hasta el año 1920.
Soy consciente de que esta
obra, que ve la luz en oportunidad del segundo centenario de la fundación
de Concepción del Uruguay, es más que perfectible. Sé
que hay lagunas y omisiones. Pero seguramente el que conozca las
dificultades de la labor historiográfica podrá comprender
que ello era inevitable.
El camino queda así abierto. Estoy
satisfecho de haber trazado el rumbo. Ojalá que tras nuestros
pasos, vengan los jóvenes historiadores que se den a la tarea de
corregir los errores en que haya incurrido y completar aquello que no logré
reconstruir suficientemente. Entonces, el vasto y hermoso paisaje de la
historia lugareña alcanzará su fijación definitiva.
Sepa el lector que estas páginas son fruto de un acto de amor.
Que el esfuerzo de tantos años respondió al íntimo
deseo de devolver aunque en mínima parte, algo de lo mucho de bueno
que he recibido de mi pueblo. "Familia, maestros, amigos - muchas
sombras queridas - de este país verde y alegre, que me han dado
lecciones de patriotismo, enseñanzas de bondad, ejemplos de
decencia, y, sobre todo, largas horas de felicidad que nunca podré
agradecer bastante".
Quiera Dios que sepamos escuchar las voces
del pasado. Ellas nos hablan de esfuerzos y sacrificios. Ojalá que
los uruguayenses de hoy aprendamos las lecciones de la experiencia. Y nos
demos a la tarea de hacer de Concepción del Uruguay la ciudad que
soñaron nuestros mayores. Porque ello será un aporte para el
engrandecimiento de la patria, de esa patria nuestra que comenzó a
forjarse hace mucho tiempo, pero que los argentinos debemos hacer todos
los días, recorriendo el camino luminoso de la paz, de la concordia
y del trabajo fecundo.
Historia de Concepción del Uruguay, Oscar F. Urquiza Almandoz.
Porque te llevo en mí desde la sangre geografía total de
mi Entre Ríos, permanencia de cielos y cuchillas, país del
monte, de la luz y el río. Bandera litoral azul y verde legislando
el aire agradecido,
dejo en los cardinales de tu estrella esta edad y
este amor con que te vivo.