JW44

Concepción del Uruguay

Entre Ríos, Argentina

Aquella casa del miedo

8 de Junio 728

Podríamos comenzar como tantas historias, hablando de una siesta de hace muchos años que me encontró junto a un grupo de amigos caminando la calle 8 de junio de Uruguay. Cuando llegamos a la intersección con calle 25 de mayo, llegó la propuesta de uno de ellos: -Entremos a la casa de los masones, es divertido porque parece un castillo viejo, una casa como la de los Locos Adams, además hay objetos interesantes y nos podemos llevar alguno.

La casa lucía un aspecto abandonado y tenebroso, a lo que se sumó el conocimiento de uno de aquellos chicos sobre las ceremonias secretas y terribles que allí se habían celebrado hasta no hacía mucho tiempo, cuestión está que facilitó enormemente mi decisión de no participar de tal aventura posponiendo el ingreso a aquella casa hasta un día que me encuentre con más coraje.

Como he dicho el día de mi iniciación, la historia me fue llevando por la obra de los masones, desde la historia los fui conociendo, desde esa historia me fui haciendo uno de ellos sin percibirlo.

Un 18 de junio vi la luz, en una ceremonia que hubiera podido ser una de aquellas "terribles" a las que se refiriera aquel amigo de la infancia.

Desde aquel momento, casi sin saberlo al principio, estoy trabajando sobre la piedra bruta, trabajando con las pocas herramientas que tengo. Soy un masón, uno como aquellos que trabajaron en la casa del miedo de aquel día.

Trabajo en el taller junto a mis hermanos, compartiendo el aprendizaje en el uso del mazo y el cincel, descubriendo la importancia de la tolerancia, encontrando cada vez más profundas a la libertad, la igualdad y a la fraternidad.

Trabajo esta piedra bruta que soy yo mismo, trabajo aprendiendo que hay que venir al taller, que si no vengo, los hermanos que me esperan y que quieren conocer mis ideas y contarme las de ellos, quedarán sin hacerlo y se habrá perdido una posibilidad de conocernos más.

En mis primeros días de aprendiz no llegaba a comprender todas las cosas simples que se encuentran en el hecho de venir a la Logia, aquello que me decían los Hermanos sobre la confraternidad nunca había aparecido como algo decisivo cuando tomé la decisión de iniciarme.

Aquella decisión pasó por cosas en apariencia más relevantes, tales como la historia de Urquiza, la organización nacional, Belgrano y otras historias de masones y de nuestra patria. Siempre pensé que algún día yo también estaría en el lugar que estuvieron ellos, elaborando estrategias, leyes y planes de gobierno. La Masonería era entonces una organización muy poderosa en donde se hacían cosas realmente importantes.

Poco a poco la idea fue cambiando. Hoy sin dejar de pensar que somos importantes y de estar convencido que la Orden nos prepara para trabajar por el bien común desde el puesto que cada uno ocupe en la sociedad, soy una persona enormemente agradecida de pertenecer a ella, en ella he encontrado esas pequeñas cosas fundamentales para tratar de ser feliz.

Ahora comprendo que hay que venir a la Logia para pulir la piedra desde el amor de mis hermanos, para aprender a ser libres, a hablar libremente, a callar libremente, a expresar las ideas propias y escuchar las ideas de otros desde la tolerancia y el respeto.

Aprendí, y algunas veces logro ponerlo en práctica, a retirarme antes de confrontar de manera irracional.

La luz masónica ha hecho que hoy forme parte de un grupo de Hermanos que trabaja fraternalmente para levantar las columnas, para abrir las puertas de aquella casa del miedo de la siesta uruguayense para que la luz la vuelva a invadir.

Como dijo aquel amigo de la infancia, en una de esas nos llevamos algo. La Casa está llena de amor, de fraternidad, de trabajo. Hay unos señores que dicen ser masones, se ganan el salario trabajando la piedra bruta, se reúnen en unos lugares que se llaman logias, donde los maestros enseñan a trabajar y por sobre todas las cosas son libres y bregan por la igualdad de todos los hombres.