JW44

Concepción del Uruguay

Entre Ríos, Argentina

El árbol

Parábola

Nuestro Hermano Justo José de Urquiza fue un hombre que gustó mucho de los árboles.

En su residencia de San José encontramos numerosas especies exóticas, tanto de árboles como de otras plantas que adornaron su parque y sus jardines, al punto que existe sobre este tema, una publicación muy interesante del hoy Museo Histórico Palacio San José.

El amor de Urquiza por los frutos de la tierra se ve claramente cuando se estudia la historia de la Colonia San José, para la que dispuso parte de su tierra e inversiones varias que arriesgó para que los colonos contaran con los elementos necesarios para labrar la tierra, producir, vender ese producto, en definitiva progresar, crecer.

El amor de Urquiza por los árboles se ve en Santa Cándida, en el Patio del Colegio, en los especialistas que trajo a Entre Ríos para que colaboren con él en estas tareas.

A la residencia de San José vinieron árboles de lugares variados, de Europa, Asia, de Brasil... crecieron, se hicieron fuertes, muchos de ellos aún viven a donde el querido hermano Justo los plantó. Algunos dieron sus frutos y fueron vino o dulces, otros cobijaron nidos, ofrecieron y ofrecen su sombra al descanso del viajero, del visitante, otros murieron y queda el recuerdo, como los perales o los membrillos que los había por cantidades y seguramente algunos fueron madera de muebles o simplemente leña.

Pero hay un árbol en esta tierra de Urquiza que no fue plantado por él pero a él lo cobijó primero para que luego lo ayudara a crecer, que protegió con su sombra a sus oficiales y colaboradores de gobierno, que seguramente les brindó el ámbito donde compartir inquietudes, proyectos, alegrías y tristezas, alguna comida, un vino.

No se sabe de dónde fue traído este árbol. Se sabe que tiene más de ciento ochenta años, que en esos años ha sufrido el rigor del clima, de muchos soles y lluvias, de distintos vientos.

Dicen que el viento dobló sus ramas en muchas ocasiones, que a veces fue tan fuerte que tocaron el suelo y lo barrieron con sus hojas, que hubo hombres que lastimaron su corteza haciéndole marcas, que otros molestos por su resistencia lo declararon plaga y dijeron que bajo su cobijo sólo crecía la maleza que hasta hubo quienes le arrancaron partes y las quemaron, otros despreciaron su madera, la sombra que da, sus frutos... pero él resistió, siempre resistió.

Ante la fuerza de los vientos, dejó blandir sus ramas en la dirección de esos vientos, pero el viento nunca supo que la verdad no estaba en la forma de las ramas ni hacia dónde estas apuntaban.

Cuando lo marcaron lastimando su corteza, resignó callado fragmentos que tantos años habían llevado siendo su piel, sufrió en silencio, las lágrimas le corrieron por su corteza, pero nunca supieron los autores de las marcas, que la verdad no estaba en la piel, ni en su color ni en su textura.

Cuando lo declararon plaga quedó sólo, sin otros árboles alrededor, sin siquiera gramilla en el suelo circundante, pero supo esperar el tiempo necesario. Con las ramas dobladas hacia abajo, sin hojas y siendo víctima de los peores presuntos sabios del momento, vio pasar el tiempo y que esos mismos presuntos sabios supieran que la plaga no venía de su ser y que la verdad no siempre es la que parece, pero siempre puede estar en otro lado.

Cuando le arrancaron partes y las quemaron, cuando despreciaron su madera, su sombra y sus frutos sólo le quedó la reflexión como compañera. Entonces se refugió en la tierra. Al mejor estilo de los conquistadores con Túpac Amaru, quienes presuntamente tenían la verdad, despedazaron su cuerpo y lo esparcieron por todas partes.

Para los que no saben a dónde está la verdad hay distintas explicaciones, algunos pontificadores sociales dijeron en su momento que el viento finalmente pudo con él y le fue quebrando las ramas una a una hasta que lo destruyó, otros más benévolos adjudicaron su muerte a los malos visitantes que lo marcaron hasta enfermarlo, otros hablaron de las distintas plagas que lo afectaron, otros de las necesidades del momento en cuanto a leña y por supuesto hubo quienes dijeron que fueron sus propios frutos los que lo enfermaron mortalmente y se fue consumiendo poco a poco.

Mientras tanto, refugiado en la tierra, manteniendo viva sólo su raíz, el árbol sintió cómo perdía finalmente el tronco, pero la verdad tampoco estaba allí.

Se transformó sólo en una raíz incapaz de sostener lo exterior, pero desde allí volvió a alimentarse de la tierra y a protegerse con ella, su tumba, increíblemente fue su útero y allí renació y se recuperó, se hizo fuerte.

La poca sabia que le quedó luego de la última batalla por la vida, logró multiplicarse; vivió resignado su vida de raíz, acompañado de minerales, de insectos que viven en la tierra, pero volvió a ser capaz de dar vida porque él sabía que en la sabia estaba la verdad.

Tres hombres que habían salido a buscar su historia, encontraron una pequeña ramita incipiente que brotaba de la tierra y entonces se produjo lo increíble cuando uno de ellos exclamó: - ¡Aquí veo una rama del árbol sagrado, eso quiere decir que aquí se encuentra enterrada la raíz de la Jorge Washington!

Entonces desplazaron algo de tierra para que respire mejor, la nutrieron con minerales y la pusieron a disposición de unas abejas que necesitaban una rama a dónde apoyar su panal.

Las abejas, que saben trabajar en comunidad y por sobre todas las cosas a dónde está la verdad, lo ayudaron a crecer y a multiplicarse. Con la esencia de su sabia, pudieron reunir todo lo disperso, recuperaron el cuerpo del árbol y lo aman y se aman para traer más abejas al mundo.

La verdad está en la sabia, pero ¿cual es la verdad?

La verdad es un secreto que está guardado en la miel de esas abejas. ¿Podrán esas abejas con su miel alimentar otras verdades?


Camilo Cienfuegos.